Carta para Carla
Mar. 3rd, 2009 12:19 amY así se nos pasaban las horas, buscando en las estrellas deseos estancados durante un año, rellenando el tiempo con juegos didácticos, leyendo una historia que no es la mía ni la tuya. Como riendo, como llorando, encontrando sentidos nuevos a lo que llamo mi historia personal y sin agregados, sin palabras mal entendidas ni problemas existenciales. Sin tu madre ni tu padre pescándonos la cola por los traumas infantiles que nos comen las palabras, esas necias que no iluminan como los encendedores que por $250 me ayudaron a encontrar mi diente caído en la oscuridad de una pesadilla que duró un segundo magnético, mágico.
Sin mañanas ni despertares repentinos, con la batería sonando en mi garganta y alaridos entonados con dedicación recorriendo la escena repetida treinta veces por treinta días, armo la receta perfecta para la depresión infantil, porque estudiar con el corazón roto no cunde en las estadísticas nacionales, las que te levantan en los mañaneros sábados y te borran a quien no quieres olvidar porque duele, porque se supone que recién estás viviendo, te queda por escribir, por ver, por oler y sólo encuentras la ironía de que en el amor ya tienes trecho recorrido, sabes qué es sufrir, pero no puedes manejar, menos votar. Quizás sea preciso otro tipo de madurez, una corporal la que se necesite para acreditar que ya no arrastras la bolsa del pan. La soledad no es patrimonio de la adultez ni la depresión del adolescente. Las cosas se han compuesto de distintos parámetros, vivimos distintos roles para complementar los mismos genes y ser dos personas tan distintas, pero tan iguales.
Las canciones cambian en este regreso, un regreso postergado en la conciencia más inmediata, del que escapamos con frecuencia. Lo que viene es una historia medianamente resuelta, pero puede ser buena mientras sepas entenderla, porque el amor nunca desaparece, sólo se transforma, pasa a formar parte del corazón y cuando se desempolva te das cuenta de que todo lo que lloraste formó un río que siempre llevará su nombre, pero que está poblado por la fauna del presente, la que se riega con el primer amor, con la distancia, con la ilusión, con ese canto de campana que te remueve cuando lo besas y que seguramente no volverá, porque siempre se siente distinto, y al final es así como crecemos, un proceso que nunca para, que es para siempre.
Con la inminente violencia televisiva presente, te dedico la historia. Que tu amor no se lo lleve el viento ni quede en el olvido, porque se nos pasaban las horas caminando, viajado por la vía láctea en un abrazo. Sin ideas fijas, ni responsabilidades imperiosas, el entendimiento se proyecta al infinito mientras sepas que todos necesitamos que sonrías y que en algún punto de tu vida puedas ser feliz.
Sin mañanas ni despertares repentinos, con la batería sonando en mi garganta y alaridos entonados con dedicación recorriendo la escena repetida treinta veces por treinta días, armo la receta perfecta para la depresión infantil, porque estudiar con el corazón roto no cunde en las estadísticas nacionales, las que te levantan en los mañaneros sábados y te borran a quien no quieres olvidar porque duele, porque se supone que recién estás viviendo, te queda por escribir, por ver, por oler y sólo encuentras la ironía de que en el amor ya tienes trecho recorrido, sabes qué es sufrir, pero no puedes manejar, menos votar. Quizás sea preciso otro tipo de madurez, una corporal la que se necesite para acreditar que ya no arrastras la bolsa del pan. La soledad no es patrimonio de la adultez ni la depresión del adolescente. Las cosas se han compuesto de distintos parámetros, vivimos distintos roles para complementar los mismos genes y ser dos personas tan distintas, pero tan iguales.
Las canciones cambian en este regreso, un regreso postergado en la conciencia más inmediata, del que escapamos con frecuencia. Lo que viene es una historia medianamente resuelta, pero puede ser buena mientras sepas entenderla, porque el amor nunca desaparece, sólo se transforma, pasa a formar parte del corazón y cuando se desempolva te das cuenta de que todo lo que lloraste formó un río que siempre llevará su nombre, pero que está poblado por la fauna del presente, la que se riega con el primer amor, con la distancia, con la ilusión, con ese canto de campana que te remueve cuando lo besas y que seguramente no volverá, porque siempre se siente distinto, y al final es así como crecemos, un proceso que nunca para, que es para siempre.
Con la inminente violencia televisiva presente, te dedico la historia. Que tu amor no se lo lleve el viento ni quede en el olvido, porque se nos pasaban las horas caminando, viajado por la vía láctea en un abrazo. Sin ideas fijas, ni responsabilidades imperiosas, el entendimiento se proyecta al infinito mientras sepas que todos necesitamos que sonrías y que en algún punto de tu vida puedas ser feliz.