Neutralizar los sonidos, que no me interesan tus palabras. Que el español no tiene tantos símbolos para describir que tu posición estándar de infeliz acongojado perdió su dimensión auditiva y se convirtió en canción monótona, y un soliloquio molesto te puebla la boca.
Finales predecibles repitiéndose en mi cabeza y tú, miserablemente hieres y te crees el agónico, el trágico asceta que lleva el peso del mundo.
Eres un tanto grotesco y monstruoso, de camisa a cuadritos que te acentúan la estupidez de la simetría que se posa brutal en el estilo, aunque sea inferior mi tema.
Necesitas a alguien que te sacuda la roída testosterona, porque te quedarás solo rumiando la moral, que se te debería precipitar la cara a un abismo cuando profesas hipocresía.
Tu miedo está a un paso de tu gloria malograda, de versos estructurados en líneas desigualmente ególatras, sin fines de lucro abrochadas a los zapatos, pero queriendo ensalzar la palabra de tu estómago vomitada.
Marcaré la página rota para empezar otra historia.
Te falta vida vivida, te falta vida.