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El trabajo dignifica al hombre. Esas aporías se repiten en mí y todos los pro del asunto se vuelven una epifanía que me cruza todo impulso egoísta- ególatra que se anida en la parte vanidad que debe tener el cerebro en algun lóbulo o cosas raras de esas que inventan los médicos para seguirnos sacando plata.
Porque me podrían decir perfectamente que tengo la clave del asunto, dejar que los perros ladren, pero si estoy imbuida en el asunto ¿cómo tomarlo con altura de mira?
Podríamos decir que no hay más opciones que seguir los planes de acuerdo a lo preestablecido por la constitución familiar que rige desde el ilustre año 1994, aquél día en que partimos todos por primera vez a veranear con las maletas llenas de una nueva vida, con ganas de borrarnos de la lista de lavado de losa, pero perfectamente equipados para soportar el caos que imperaría hasta el día de hoy. De eso queda poco y nada, sólo un par de reclutas restan en la misión. Pensé que podía ser distinto, pero el trabajo dignifica al hombre, entonces me tengo que quedar callada.
Había hecho un plan maestro, dónde pasear, qué días, a qué horas e incluso encontré en mí un par de cosas más para que las aprendieras, para que de la entrega siempre esperases más, y ahora me quedo con la parte de adelante, sólo para rellenar el vacío. Pero el trabajo dignifica al hombre.
Llorar, de qué sirve, de qué sirve querer ser accionista de Lan, de qué sirve maldecir un año entero, de qué sirve llorar ahora, de qué sirve gritar, patalear, gemir en tu oído, anticipar lo que viene mañana o pasado, si ni siquiera sé qué va a ser de mí en vacaciones.
Y es curioso que la historia se repita y yo muera como ayer y antes de ayer. Es curioso que los planes sean tan vulnerables, o simplemente no sé hacer planes, porque los hago sola, porque parto por mí, desde mí.
Hablando honestamente, feliz de estar a tu lado, feliz de que seas feliz, mientras sonrías mis lágrimas se secarán, sólo sigue mandando tu luz, de lejos, de cerca, de donde quieras...
...Por un segundo de tu cuerpo doy el mundo
Porque me podrían decir perfectamente que tengo la clave del asunto, dejar que los perros ladren, pero si estoy imbuida en el asunto ¿cómo tomarlo con altura de mira?
Podríamos decir que no hay más opciones que seguir los planes de acuerdo a lo preestablecido por la constitución familiar que rige desde el ilustre año 1994, aquél día en que partimos todos por primera vez a veranear con las maletas llenas de una nueva vida, con ganas de borrarnos de la lista de lavado de losa, pero perfectamente equipados para soportar el caos que imperaría hasta el día de hoy. De eso queda poco y nada, sólo un par de reclutas restan en la misión. Pensé que podía ser distinto, pero el trabajo dignifica al hombre, entonces me tengo que quedar callada.
Había hecho un plan maestro, dónde pasear, qué días, a qué horas e incluso encontré en mí un par de cosas más para que las aprendieras, para que de la entrega siempre esperases más, y ahora me quedo con la parte de adelante, sólo para rellenar el vacío. Pero el trabajo dignifica al hombre.
Llorar, de qué sirve, de qué sirve querer ser accionista de Lan, de qué sirve maldecir un año entero, de qué sirve llorar ahora, de qué sirve gritar, patalear, gemir en tu oído, anticipar lo que viene mañana o pasado, si ni siquiera sé qué va a ser de mí en vacaciones.
Y es curioso que la historia se repita y yo muera como ayer y antes de ayer. Es curioso que los planes sean tan vulnerables, o simplemente no sé hacer planes, porque los hago sola, porque parto por mí, desde mí.
Hablando honestamente, feliz de estar a tu lado, feliz de que seas feliz, mientras sonrías mis lágrimas se secarán, sólo sigue mandando tu luz, de lejos, de cerca, de donde quieras...
...Por un segundo de tu cuerpo doy el mundo