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Leyendo signos incomprensibles, me dirijo al fiel papel virtual para decir que la sequía mata las pasiones.
Mi verbo favorito sabe a nada cuando “creo”, y algo terrible pasa entonces, me doy cuenta de que no tengo voz suficiente porque mi tema tan concurrido hoy tiene otro matiz.
No me dirigiré al mundo con una rosa en el bolsillo, y con espinas a los lados pidiendo oportunidades. Ya no hay locura en mis palabras, sólo una sonrisa leve y graduada a la medida del consumidor, que retire su producto del estante.
Tuve que escribir por necesidad, hoy escribo por matar el tiempo de forma didáctica y útil para los tiempos venideros, donde registro momentos en pocas palabras para ver si mañana valen algo las penas, si algo saco en limpio y oscurezco mi lenguaje, si sirve de algo tanto dolor contenido y explotado sabiamente.
Creo comprender lo que pienso más que lo que escribo, “creo”. Pero creo que se ven más mis palabras que mis actos, que alguien tan circunstancial sabe más de mí que los grandes amigos, que no se quedan diez minutos para ver mis ojos rojos, llantos en la mochila y confesiones en un baño, donde mis nauseas se han fundido con las palabras vacías de una publicista cualquiera. Que mis años son dobles cuando digo te quiero y resuena el eco de ninguna parte. Que llevo seis años escondiendo mis penas para no causar problemas más serios que mi propia vida. Que me canso de sostener las paredes de una casa que se nos viene abajo. Que nadie escucha lo que tengo guardado. Que ya me han defraudado más de mil veces y yo pongo la otra mejilla. Que no tengo más lágrimas guardadas de tanto gastarlas en gente que ya ni me saluda. Que estoy cansada de ser una más. Que ya no quiero llorar, no más. Que no soy nadie, para nadie, ni para mí.
Mi verbo favorito sabe a nada cuando “creo”, y algo terrible pasa entonces, me doy cuenta de que no tengo voz suficiente porque mi tema tan concurrido hoy tiene otro matiz.
No me dirigiré al mundo con una rosa en el bolsillo, y con espinas a los lados pidiendo oportunidades. Ya no hay locura en mis palabras, sólo una sonrisa leve y graduada a la medida del consumidor, que retire su producto del estante.
Tuve que escribir por necesidad, hoy escribo por matar el tiempo de forma didáctica y útil para los tiempos venideros, donde registro momentos en pocas palabras para ver si mañana valen algo las penas, si algo saco en limpio y oscurezco mi lenguaje, si sirve de algo tanto dolor contenido y explotado sabiamente.
Creo comprender lo que pienso más que lo que escribo, “creo”. Pero creo que se ven más mis palabras que mis actos, que alguien tan circunstancial sabe más de mí que los grandes amigos, que no se quedan diez minutos para ver mis ojos rojos, llantos en la mochila y confesiones en un baño, donde mis nauseas se han fundido con las palabras vacías de una publicista cualquiera. Que mis años son dobles cuando digo te quiero y resuena el eco de ninguna parte. Que llevo seis años escondiendo mis penas para no causar problemas más serios que mi propia vida. Que me canso de sostener las paredes de una casa que se nos viene abajo. Que nadie escucha lo que tengo guardado. Que ya me han defraudado más de mil veces y yo pongo la otra mejilla. Que no tengo más lágrimas guardadas de tanto gastarlas en gente que ya ni me saluda. Que estoy cansada de ser una más. Que ya no quiero llorar, no más. Que no soy nadie, para nadie, ni para mí.
